El Banco Nacional de Datos Genéticos, el encargado de devolver la identidad a los hijos de desaparecidos – Pedro Ylarri

El Banco Nacional de Datos Genéticos, el encargado de devolver la identidad a los hijos de desaparecidos

En este lugar, la verdad se materializa en tubos de apenas tres centímetros de alto, archivados de a miles, en filas y estantes, en una cámara frigorífica que los conserva a veinte grados bajo cero. Aquí, la identidad toma forma en un líquido transparente, casi imperceptible, almacenado en los tubos y formado por incontables cadenas de ADN, las moléculas más pequeñas de las células, que contienen toda la información genética de una persona. Están allí solas, esperando que sean usadas para cotejar con otras muestras y, de esa manera, descubrir relaciones de parentescos entre personas que ya no están y también entre las que quedaron.

Por Pedro Ylarri

En este lugar, la verdad se materializa en tubos de apenas tres centímetros de alto, archivados de a miles, en filas y estantes, en una cámara frigorífica que los conserva a veinte grados bajo cero. Aquí, la identidad toma forma en un líquido transparente, casi imperceptible, almacenado en los tubos y formado por incontables cadenas de ADN, las moléculas más pequeñas de las células, que contienen toda la información genética de una persona. Están allí solas, esperando que sean usadas para cotejar con otras muestras y, de esa manera, descubrir relaciones de parentescos entre personas que ya no están y también entre las que quedaron.

Se trata del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), el prestigioso centro fundado en 1984 que logró que al menos 101 personas, hijas de desaparecidos en cautiverio y expropiadas por la última dictadura militar recuperaran uno de sus valores más preciados: la identidad. En un nuevo aniversario de la dictadura militar, PERFIL recorrió las instalaciones del banco, que funciona en el Hospital Durand y tiene la tarea diaria de “armar los rompecabezas genéticos” de los cientos de desaparecidos cuyos hijos fueron expropiados, con el fin de vincular a nietos y abuelos, y a los hombres y mujeres con sus padres que ya no están.

“Nuestro trabajo es reconstruir ese rompecabezas genético de la persona que ya no está, a través de sus familiares que han quedado vivos; hemos podido hacerlo a partir de abuelos, tíos u otros hijos, pero hay familias que han quedado diezmadas y entonces es más difícil”, comienza a explicar la doctora María Belén Rodríguez Cardozo, quien trabaja en BNDG hace 17 años y hoy lo dirige. Se muestra “orgullosa” de guiar el lugar y dice que es “maravilloso” su trabajo.

Construir la identidad genética de los desaparecidos es una tarea compleja, y para eso apelan “a sus padres, si existen, y si no, a otros familiares”. La teoría indica que una persona comparte un 50 por ciento de información genética de cada padre, es decir que tiene un 25 por ciento de cada abuelo. Es por eso que es posible vincular nietos con sus abuelos, aunque antes hay que armar el mapa genético de cada progenitor. Con ese motivo existe el banco: guarda muestras genéticas de todos los familiares de desaparecidos para poder vincularlos en un futuro con sus descendientes.

Para armar ese mapa genético y cotejarlo con otro, explica Rodríguez Cardozo, se busca “reunir una serie de marcadores genéticos”, que son segmentos de ADN que pueden ser identificados y cuya herencia se puede rastrear de abuelos a padres, y de éstos a hijos. Por ejemplo, “los hijos heredan de la rama materna una misma secuencia de ADN que se puede identificar; si no está la mamá, se encontrará la misma secuencia en la abuela o en la tía”. Para identificar las secuencias que pasan de padres a hijos se utilizan aparatos sofisticados llamados “secuenciadores automáticos” –o analizador genético automatizado de ADN– que realiza la lectura de 16 marcadores genéticos en un mismo evento para 16 pacientes, en sólo 45 minutos.

En el banco hay dos aparatos de este tipo, llamados ABI 3130 y ABI 3100, y han logrado reducir el tiempo de espera de un resultado notablemente. “Si la comparación del joven es puntualmente con una familia determinada y siempre que partamos de sangre o saliva, la comparación está realizada en dos semanas”, afirma la directora del banco. Si se compara con todas las muestras que hay en el lugar la espera es de “tres o cuatro semanas, a lo sumo”. Se dilata más la pericia cuando los bioquímicos y forenses no parten de sangre para analizar el ADN, sino de “muestras alternativas”, como cepillos de dientes o indumentaria. En esos casos, a lo sumo, “tenemos una semana más de trabajo”, agrega.

El banco. Las filas interminables que forman los 18 mil tubos con material genético del banco de datos se encuentran en una zona del Hospital Dr. Carlos Durand, no identificada con carteles ni anuncios. Están en un freezer hermético al que sólo pueden acceder los 14 médicos, bioquímicos y forenses que trabajan allí. En total, son 32 personas empleadas, más de la mitad dedicadas a las gestión de compras y temas administrativos.

La entrada al lugar es celosamente custodiada por un agente de la Policía Federal y el banco se divide en varias salas de trabajo, algunas de las cuales deben ser desinfectadas luego de ser utilizadas. A una de esas salas llega material cadavérico u otras muestras para obtener ADN, que envían los juzgados civiles y penales para establecer vínculos familiares o resolver crímenes. Las salas se conectan a través de pasillos angostos abarrotados de insumos y tubos de nitrógeno líquido, en algunos de los cuales se almacenan células vivas.

Una de las palabras que más repiten los que pasaron por el BNDG es “vanguardia”. El banco es, según ellos, partícipe inmediato de todos los avances científicos que se dieron en materia forense y de identificación de personas desde hace más de tres décadas. En efecto, el centro fue replicado en varios países de la región que han sufrido dictaduras feroces y matanzas, entre ellos Guatemala, que ha copiado el modelo argentino, pero se especializa en la identificación de personas NN enterradas en fosas comunes.

La ubicación del banco en el Hospital Durand no es casual: en 1984, ni bien terminada la dictadura, allí se encontraba uno de lo mejores centros de Inmunología de la región. Uno de sus roles era establecer la histocompatibilidad entre órganos y personas antes de ser trasplantadas, explican los profesionales.

“En el Durand comenzamos a trabajar en el banco con las mismas técnicas que se utilizaban para analizar la compatibilidad de los órganos a trasplantar; su fundación, en febrero de 1984, fue anterior a la ley que oficialmente lo creó en 1987”, recuerda a PERFIL Ana María di Lonardo, fundadora del banco y directora hasta 2006. Según los registros de Abuelas, cuando le ley de creación del banco fue reglamentada en 1989, una decena de niños nacidos en cautiverio y expropiados por la dictadura ya habían recuperado su identidad.

Ficha del artículo:

Título original: Qué es y cómo funciona el banco de datos que tiene la última palabra
Fecha de publicación: 20 de marzo de 2010
Medio: Diario Perfil, Buenos Aires, Argentina
Link: http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0453/articulo.php?art=20560&ed=0453

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