Mi compañera, la madre mis dos hijos, se fue de vacaciones a Francia invitada por su madre, quien vive en Niza. Se fue tres semanas. Su partida me dejó una gran lección: qué asqueroso es el machismo.
Queda raro que un hombre diga que sufrió de machismo. Pero no podría definirlo de otra forma. Resulta que un padre no puede quedarse al cuidado de sus hijos.
Veamos algunas reacciones de la gente:
- Todo el mundo se preocupó, se puso a disposición “para lo que sea” y me deseó “mucha fuerza”.
- De ese “todo el mundo”, el 80% o 85% fueron mujeres. Casi todas mujeres madres.
- Mi madre se quiso instalar en mi casa.
- Mi compañera dijo que considerara por favor esa opción (seguramente mi madre le insistió a ella, no tanto a mí).
- Dos mujeres me exigieron que “reconozca” que la situación era un caos sin la mamá.
Dos preguntas: ¿Si yo era el que me iba se armaría tanto alboroto? ¿No es machismo hacerle creer a un padre que no puede ser padre sólo?
Todavía no pasaron las tres semanas y todo está tranquilo. Ni siquiera fuimos (todavía) a McDonald’s.
“Es que vos sos de cáncer: padre y madre a la vez”, me dijo una persona. En teoría era un piropo. Un piropo bien machista.
No le quise decir nada porque está disfrutando. Pero el colmo del machismo acaba de pasar: mi compañera me dijo como al pasar que ya sabía como estaba mi hija Clara… ¡porque se lo había preguntado a nuestra querida empleada doméstica!
No siento mala intención ni maldad: ¿pero no es machismo?
Es cierto que hay roles. Que hay gente que pare y otra que acompaña.
¿Pero no sigue siendo machismo?
No me siento víctima. De hecho, me parece tragicómico y prehistórico.
Si me queda algo de esta experiencia es el privilegio de poder estar más tiempo con mis hijos.
Y mis respetos infinitos a las mamás y papás que tienen que hacer todo el trabajo solos.
Es mucho. Muchísimo.
Pero después de todo, solo son tres semanas. Después vuelve la vida “normal”, me dicen.
En fin. Me voy a acostarlos que mañana hay que levantarse temprano.